Mi padre era mecánico. Tuvo un taller en el pueblo que nunca consiguió pagar del todo, el pobre, pero creo que no me engaño si digo que se gano el respeto de nuestros vecinos como profesional.
Cada vez que aparecía la ocasión contaba la historia de los catalanes que quisieron que se fuera con ellos a San Felíu de Guixols, y cómo mi madre había conseguido que renunciara a lo que, para él, habría sido una inmejorable oportunidad profesional.
La historia debió ocurrir a principio de los años sesenta (del siglo XX, claro). En el pueblo había por entonces una razonablemente importante actividad industrial en torno al corcho, y eran varias las familias de origen catalán que regentaban fábricas para hacer tapones.
Según contaba mi padre, hubo una avería importante en una de esas fábricas, y vinieron algunos jefes y técnicos desde Gerona para gestionar el problema. Al parecer, mi padre les ayudó eficazmente a resolver algunas cuestiones que habrían retrasado mucho la reparación, y los catalanes, que así es como se refería siempre a ellos, quedaron tan agradecidos que le ofrecieron un trabajo como jefe de taller en un concesionario de camiones del que eran socios en San Felíu de Guixols, que incluía una pequeña participación en la empresa.
Casi siempre que nos reuníamos en casa después de que hubiera habido alguna mala noticia para la economía familiar -cosa que era desgraciadamente frecuente-, aparecía el tema de San Felíu de Guixols. Mi pobre padre contaba cómo tenían ya los billetes de tren y todo preparado para ir a tomar posesión de su nuevo cargo; cómo los catalanes ya le habían buscado alojamiento, cómo le esperaban ansiosos. Nos detallaba cuanto le iban a pagar, como habríamos vivido allí, cuáles serían sus funciones como jefe de taller con su bata azul y su despacho, como a la vuelta de unos años seríamos una familia acomodada con su buen sueldo y su participación en la empresa,…
Pero como el cuento de la lechera -y después del “pero tu madre no quiso” de rigor-, la historia terminaba siempre con mi madre quitando importancia a los sueños que mi padre compartía con nosotros y explicándonos que habría sido una locura abandonar su tierra y su gente para comenzar una nueva vida tan lejos.
Creo que no llegaron a ir a San Felíu de Guixols. Yo, en ocasiones, he sentido una cierta curiosidad y, aunque nunca he estado allí, reconozco haber echado alguna vez un vistazo al paseo marítimo del pueblo en Google map.
Debe ser un bonito pueblo. Y mi hermana y yo, habríamos sido catalanes. Y yo sería hoy del «Barça», del «San Feliu», o del Español. Vete tu a saber.