
Podríamos plantear algún día abril el melón de los “afirmacionistas” del cambio climático, porque detrás de muchos de ellos sí hay “lobbies” muy poderosos con intereses muy espurios la mayoría de las veces.
No estoy pensando en los críos de secundaria a los que sus profesores sacan a la calle a protestar por lo que ellos consideren oportuno y que no sabrían siquiera leer un mapa de isobaras, sino a los que saben o deberían saber de lo que hablan y han decidido sumarse a un activismo tan contrario a los intereses de nuestros países y sus ciudadanos (nosotros y nuestras familias, no lo olvidemos) como aquel “Nucleares no gracias” de los setenta, auspiciado y financiado por dos de las mayores potencias nucleares del mundo.
La semana pasada todavía quedaba nieve en las cumbres de la Sierra de Gredos. Hoy, 3 de junio, ha amanecido nublado en Madrid y, hasta el momento, entiendo que la mayoría de los varones adultos diríamos que está la mañana fresca. Yo no podría sacar de estos dos hechos, por muy objetivos que sean, por muy documentados que los tenga con las fotos que hice el otro día y esta mañana, la estúpida conclusión de que el planeta se está enfriando. Ni siquiera podría hacerlo si tuviera datos y fotos de los últimos cincuenta días 3 de junio. Mis datos tendrían que ser más precisos y, en ningún caso podría con ellos hacer una afirmación categórica referida a todo el planeta, sino solo a esos dos puntos. Es decir: a la Sierra de Gredos y a Madrid.
Pero, ya digo, esos dos datos no permiten sacar ninguna conclusión acerca de la evolución del clima del planeta que, por definición, es un sistema caótico.
Cualquiera que pasara la semana pasada por la A-5 a la altura de Talavera de la Reina puede corroborar mi primera observación y cualquier persona que haya salido hoy a la calle en Madrid, la segunda. Pero casi ninguno de ellos va a estar de acuerdo conmigo en que constituyen la prueba irrefutable de que el planeta se está enfriando. Si, además, decidiera subir la apuesta y aventurar la hipótesis de que ese enfriamiento se estaría produciendo por el cierre de la central nuclear de Almaraz y la construcción de un gran parque solar para suplir la perdida de energía eléctrica que supondrá su parada, es más que probable que me gane algún insulto o algo parecido.
A quienes nos atrevemos a hacer el juego que yo acabo de hacer nos llaman, en el mejor de los casos, “negacionistas”. El argumento para ello es este: El cambio climático antropogénico es un hecho objetivo, corroborado por la ciencia, y está de sobra demostrado que el planeta se está calentando como consecuencia de la actividad humana, en concreto y principalmente, por la industrial, la agrícola y ganadera y la quema de combustibles fósiles. Hay pruebas tan indiscutibles de esto, que no aceptar que es así debería ser considerado un delito, del mismo modo que en algunos países europeos lo es negar que los nazis trataron de exterminar a los judíos durante la segunda guerra mundial. Que de ahí es de donde viene el término.
Y digo como mínimo, porque ese “negacionista” suele venir acompañado por otros calificativos como fascista, retrógrado, ultraderechistas, ignorante,…
El viernes pasado el Ayuntamiento de Madrid cerró la feria del libro, supongo que al decretar una alerta por temperaturas extremas. Muy probablemente el cierre respondía al compromiso que el propio Ayuntamiento ha adquirido al elaborar un reglamento o una ley que obliga a suspender actos que se realicen al aire libre cuando las temperaturas sean superiores a, según parece, 35ºC.
Suspender actos al aire libre cuando se espere que las temperaturas podrían superar esos 35ºC supondría, en la práctica, hacerlo con todos los que se vayan a realizar entre junio o octubre entre los paralelos 40 de ambos hemisferios y puede que me haya quedado corto. Es más: definir “temperaturas extremas” como aquellas que pueden alcanzar o superar los 35ºC tiene la consecuencia inmediata de condenarnos a vivir con temperaturas extremas de junio a septiembre en casi toda la península ibérica. Y no porque la temperatura haya subido ostensiblemente, sino porque alguien ha decidido acuñar así el concepto “temperaturas extremas”.
Creo que la alerta mundial en lo que se refiere al calentamiento global habla de una subida de entre 1,5 y 2 grados centígrados respecto a la de la era preindustrial, que no es una fecha concreta, pero que podríamos entender como un periodo anterior al siglo XVIII. Es decir, la temperatura media del planeta habría subido, según los alertólogos, a razón de 1ºC por siglo, una centésima de grado por año. Incluso dando por bueno el discutible hecho de que las mediciones sean comparables, estás variaciones, obviamente, no son perceptibles por un organismo humano. Más allá de que ese supuesto incremento no estaría produciéndose de forma constante.
Y hay algo todavía más estúpido: el parque del Retiro es una gran superficie arbolada con estanques y fuentes de agua potable que sería el sitio ideal para refugiarse en Madrid si de verdad apretara el calor. Es decir: si yo me encontrara en Madrid y notara que de repente la temperatura ha empezado a subir de forma alarmante no saldría del Retiro, me iría al Retiro.
Porque, creedme: yo estuve ese día en la Feria del Libro hasta casi la hora de comer y no hacía calor. Ya sé que eso es algo subjetivo, pero si a las decenas de policías y escoltas que acompañaban a los Reyes y ministros del ramo en la inauguración no les dio una lipotimia con sus boinas, sus chalecos antibalas y todas las cosas que llevaban encima, es que la temperatura no era incompatible con la vida. De hecho, cuando volvía a casa -ya digo, en torno a la hora de comer- había cola para subir a las barquitas del estanque y remar. Actividad que no debe ser muy apetecible en una situación de calor extremo.
Estos numeritos instituciones, que cada vez van a proliferar más, son tan absolutamente irracional que solo pueden responder a un objetivo que me voy a atrever a llamar, so pena de ser vuelto a etiquetar, como mínimo, de “negacionista”, “alarmismo climático”. Estas alertas solo buscan llamar nuestra atención sobre los días que hace o puede hacer calor, para tratar de convencernos de que es responsabilidad nuestra que lo haga.
Ya he dicho que no me atrevería a afirmar o negar que el planeta en su conjunto se esté calentando o enfriando, pero si negarlo con argumentos como el de que la falsedad de la famosa gráfica en forma de palo de hockey que pretendía demostrar una subida casi exponencial de la temperatura del planeta en el siglo XX convierte a alguien en “negacionista”, afirmarlo en base a las consignas que corean los adolescentes en las manifestaciones, debería llevar asociada la etiqueta de “afirmacionista” o alguna parecida.
Aunque no soy, ni mucho menos, un experto en física de la atmósfera, conseguí mi licenciatura en una carrera científica, curse mis estudios de secundaria por la rama de ciencias -«ciencias puras» decíamos entonces- y tengo estudios de posgrado en varias materias. A lo mejor es por eso que llevo a veces mal que adolescentes, sin otro currículo que su pañuelo palestino, me llamen ignorante por afirmar, sin riesgo de equivocarme, que hoy, 3 de junio, está el día fresco en Madrid y que lo del cambio climático antropogénico, tal y como está planteado, está muy lejos de ser una teoría científica. Por mucho que invoquen histriónicamente a “la ciencia” en sus discursos los “afirmacionistas”, dejando claro al cancelar el debate que no tienen ni idea de en qué consiste la actividad científica.