Mértola es una ciudad pequeña, un pueblo, un municipio en el sur de Portugal. Podríamos decir que está a caballo entre las regiones del Algarve y el Alentejo. No obstante, forma del parte del Alentejo.

Al acercarse por cualquiera de las carreteras que le dan acceso podría parecer que su elemento más significativo es el imponente castillo de época posterior a la reconquista cristiana de la Villa, pero no: es el río. El río Guadiana, que envuelve, en apariencia, el pueblo o la ciudad, su recinto amurallado. Pero no es así: Mértola está ubicada en el lugar donde el río Oeiras, la ribera de Oeiras, entrega su pobre tributo de agua al Guadiana.

La palabra portuguesa “oeiras” viene de otra del latín vulgar: “aurarias”, que significaría minas de oro.

Oeiras es un topónimo. En Portugal tenemos esta ribera de Oeiras, que se hace afluente del Guadiana en Mértola, y la ciudad de Oeiras, una gran villa del área metropolitana de Lisboa que debe ser una de las zonas más ricas de la gran Lisboa. Así que, sí: seguiríamos hablando hoy también de minas de oro, porque Mértola -como Oeiras-, en algún sentido, también lo es.

Aunque la población principal del municipio es pequeña (debe rondar los 3.000 habitantes), es uno de los más extensos de Portugal y ha desempeñado importantes papeles a lo largo de su historia. Hoy parecería que el más importante de todos sería haber sido la capital de una taifa, que habría llevado su nombre, en la época de la dominación musulmana, cuando, la realidad es que Mértola ha tenido también un lugar importante en la Reconquista. Su castillo, de hecho, fue sede de la Orden de Santiago.

En portugués existe la palabra “mourismo”, para referirse a lo moro, a los moros. En castellano, no. El “mourismo” sería, estrictamente hablando, la morisma, es decir: los moros en su conjunto.

Aunque son términos en desuso, que podrían acarrear algún insulto a quien se atreviera a utilizarlos en estos tiempos de corrección política y tablero inclinado por los cada vez más hiperventilados totalitarios, en portugués existen los dos, pero desconozco si se utilizan. Supongo que no, porque no vayamos a pensar que la nueva inquisición opera solo en España.

Sea como sea, esté o no en el diccionario, el “mourismo” o “maurismo”, dejando a un lado la acepción aplicable a los seguidores del político asesinado -como otros- por los anarquistas a principios de nuestro convulso siglo XX, sería una especie de fascinación o filia por lo árabe; por lo moro. Por los moros.

Esa fascinación por la Mértola mora podría estar justificada por el hecho histórico de que la ciudad fuera sede de una Taifa en época musulmana. Pero ese es muy probablemente un hecho magnificado por nuestro presente, por las filias y fobias de nuestro presente. Yo creo que la fascinación por la Mértola mora es un magnífico ejemplo de “mourismo”.

De esa Taifa, quedaría la antigua mezquita, edificada sobre los restos de una iglesia visigoda que, muy probablemente, sería destruida por los invasores árabes y beréberes -fundamentalmente iconoclastas- para construir su mezquita sobre ellos, aprovechándolos.

Sobre ella, se construyó a su vez posteriormente la iglesia parroquial cristiana, que conservó muchos elementos arquitectónicos de la Mezquita construida sobre el templo cristiano Visigodo, el castillo, prácticamente construido por los cristianos tras reconquistar la Taifa, ya que como he dicho, Mértola fue sede de la Orden De Santiago, y una estatua de Ibn Qasi, señor de la taifa de Mértola, que muy probablemente sea reciente, de esa fiebre “mourista”.

Pero, más allá de haber sido sede de la orden militar de Santiago durante la reconquista, Mértola ha sido un enclave Fenicio, Romano, Visigodo,… y todo eso hace más evidente ese empeño “mourista”, muy probablemente emparentado con la fiebre y toda la parafernalia del revisionismo y las memorias históricas que nos ha traído la modernidad o la corriente política que conocemos como progresismo.

Los romanos llamaron a Mértola, “Mirtylis”, pero por algún extraño mecanismo evolutivo que seguro los jóvenes filólogos sabrían explicarnos, y que mi malsana ignorancia atribuye a ese “mourismo” o “maurismo” del que os hablaba, Mértola viene del árabe “Mirtolah.”

Aunque una estatua del señor árabe o beréber de Mértola en la primera mitad del siglo XII corona la villa, por encima de la Iglesia parroquial de la Anunciación (esa que antes de ser lo que es ahora fue un templo romano, iglesia visigoda y mezquita), el elemento central del escudo de Mértola es un caballero de la Orden de Santiago.

Otro de los importantes vestigios arqueológicos de Mértola son los restos del Centro de Estudios Islámicos y del Mediterráneo, que deberíamos datar en aquellos felices años en los que los dos grandes países peninsulares eran receptores natos de todo tipo de ayudas por parte de la Unión Europea.

Mértola es un vestigio del pasado, un pequeño museo al aire libre con restos arqueológicos, cuyos políticos tuvieron cierta habilidad en los noventa para hacerse con algo del dinero que generosamente vino desde Bruselas para hacer de la península un sitio más agradable y adecuado para los turistas.

Un pequeño parque temático montado para que los turistas ingleses, alemanes o estadounidenses que se aventuran a dejarse envolver por las curvas de la N122, que sube desde Vila Real de Santo Antonio casi pegada al Guadiana -que en la turística región del Algarve sí hace de frontera entre España y Portugal-, se sientan trasladados a un pasado de Las mil y una noches, de Aladino, de El ladrón de Bagdad o inmersos en un cuento de Washington Irving. Que de toda esa literatura es de donde yo creo que viene, en origen, el actual “mourismo” de nuestra sociedad. O eso quiero pensar, porque las otras hipótesis me asuntan un poco.

Mértola no tiene demasiados servicios, pero claro que merece la pena desplazarse hasta ese lugar tan recóndito y pasear por sus calles y sus alrededores. Por supuesto que os recomiendo la visita. 

Y hasta una genuflexión ante el señor de la taifa de Mértola si sois u os sentís “verdaderos creyentes” cuando lleguéis allí.

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