
Sin rodeos: tal y como está planteado, lo del cambio climático es un chirinquito, un maltusianismo con una base científica más endeble que la del original del siglo XIX, que ya se demostró falso.
China y la India, los países que más dióxido de carbono emiten a la atmósfera en este momento, pueden seguir haciéndolo porque son países en vías de desarrollo (¡China: la mayor potencia industrial del mundo!), pero la Unión Europea, cuyas emisiones son menores, tiene que reducirlas porque, de lo contrario, en un futuro inmediato, que ya hemos superado varias veces, el nivel de los mares subirá hasta sepultar las ciudades costeras, habrá grandes inundaciones, grandes sequías o ambas cosas.
Y hay algo más evidentemente acientífico: persigue a quien ponga en duda su teoría, su modelo, que es, precisamente, el planteamiento básico de cualquier actividad científica.
A poco que hurguéis en la historia, con una actitud mínimamente libre de prejuicios, os daréis cuenta de que los tribunales de la Inquisición no denunciaban a nadie por prácticas heréticas ni judaizantes. Eran tus propios vecinos quienes lo hacían, y los tribunales suponían, en la mayoría de las ocasiones, una evidente garantía para las víctimas de la insidia de tus envidiosos vecinos, un evidente avance civilizatorio.
Y hay más aún. Contra lo que podría parecer en un acercamiento superficial al tema, que es lo que suele hacerse, no solo hay inquisición española, cuyo momento álgido sería la persecución de los judíos conversos para tratar de imponer a la población del nuevo reino unificado por los Reyes Católicos el cristianismo. Pero cualquier persona mínimamente informada sabe que no es precisamente en España, en ese nuevo reino unificado, al que podéis llamar como queráis siempre que podamos entender a qué territorio nos estamos refiriendo, donde se aplica con más rigor la máxima del cuius regio, eius religio.
Solo hay que hurgar un poco, ya digo, para descubrir la mayoría de las mentiras negrolegendarias.
En los últimos años hemos vivido un cierto auge del revisionismo de todas las patrañas que sobre nuestro país han estado contando sus enemigos durante siglos y que, en unos casos por interés o desafección y en otros por simple ignorancia, nos hemos tragado los españoles como si esa que nos contaban nuestros enemigos históricos fuera nuestra propia historia.
Hay dos casos que suelen asociarse maliciosamente a las prácticas de la inquisicíón española, cuando no tienen nada que ver en absoluto con ella: el de Galileo y el de Miguel Servet.
Para la inmensa mayoría de los españoles (haced una encuesta en vuestro entorno si no me creéis) Miguel Servet fue quemado en la hoguera por la inquisición porque había descubierto que la sangre circulaba.
Sin embargo, la realidad es que fue detenido, procesado, condenado y ejecutado en Ginebra por un tribunal calvinista y la acusación fue sostenida por el propio Calvino. Y la acusación no tenía nada que ver con sus trabajos sobre la circulación pulmonar: fue condenado por hereje, por negar la existencia de la Santísima Trinidad. Y no por un tribunal de la Santa y Católica Inquisición Española, sino por uno de la protestante, reformada y civilizada Suiza.
El de Galileo tuvo lugar en Roma y todos los implicados en el proceso llevado a cabo por la inquisición romana son italianos. Además, sin entrar en ociosas profundidades, lo que se discutió en el célebre proceso son dos modelos: el heliocéntrico en el que el sol está quieto, y el geocéntrico que sostiene que es la Tierra la que está quieta. Y hoy sabemos que ninguna de las cosas es ciertas.
Podemos encontrar infinidad de momentos en la historia en los que las teorías científicas y las creencias han evolucionado o cambiado radicalmente y en todos ellos ha habido resistencias a los cambios que se proponían. Pero los cambios no tienen porque ser siempre evoluciones positivas, como sostienen los fanáticos del progresismo. También se han planteado auténticos disparates que más que una evolución suponían un retroceso.
Lo del cambio climático está trufado de ellos. Hay un conocido artículo publicado en la sección de ciencia del periódico Newsweek en el que “los científicos” (¿os suena?) alertan de una catástrofe provocada por el enfriamiento global del planeta. Si estáis interesados podéis encontrar fácilmente el artículo en internet.
Básicamente, el argumento neomaltusiano del artículo es la drástica perdida de la capacidad para producir alimentos, sobre todo cereales, en amplias zonas de la URSS y Canadá, al producirse la congelación de esas regiones. El articulo, como he dicho, es de 1974 y “los científicos” afirmaban en él que el hambre vendría en 10 años.
Hoy, frente a este artículo, hay, desde el cientificismo oficial, dos reacciones, que a veces se dan juntas. Una es utilizarlo como argumento de que, sea en el sentido que sea, es evidente que el clima está cambiando; la otra, que el artículo es un arma que utilizan ahora los negacionistas para poner en duda la realidad del calentamiento global antropogénico. Argumentos absolutamente acientíficos ambos.
Newsweek alertaba de la proliferación de fenómenos extremos como tornados o huracanes provocada por el enfriamiento brusco del planeta que “los científicos” habían certificado con datos incontestables. Hoy, “los científicos”, advierten de la proliferación de fenómenos extremos como consecuencia del proceso contrario: el calentamiento brusco y global del planeta provocado por la quema de combustibles fósiles, y también lo hacen en base a datos incontestables.
No hace falta ser un experto para observar que el famoso artículo de Newsweek coincide en el tiempo con la crisis del petroleo de 1973. De modo que la conclusión de “los científicos” es obvia: el planeta se enfría si los humanos quemamos poco petroleo y se calienta si quemamos mucho. Pero, ocurra lo que ocurra, seríamos los humanos los responsables de los cambios en el clima del planeta.
Hasta aquí, todo es historia y todo lo que he contado es fácilmente comprobable. A partir de ahora, lanzo mis propias conclusiones. Ahí voy.
Cuando yo era adolescente andaba por casa un libro de título aterrador y apocalíptico: “El fin del mundo por hambre”. La primera edición del libro debe ser de finales de los 70 o principios de los 80 y debía andar por casa porque mi madre era socia del Círculo de Lectores. El circulo de lectores era una especie de club de lectura por suscripción que te obligaba a hacer compras de un catálogo que recibías periódicamente en casa y que incluía en ocasiones, así como al incorporarte al club, alguna promoción con libros de regalo. Supongo que ese sería uno de esos libros de regalo, porque no me imagino a mis padres interesados por esos asuntos.
Pero aquel libro, que nunca terminé de leer, se me quedó en la cabeza y años después me llevo a conocer la existencia de las teorías neomaltusianas. Sin entrar tampoco aquí en profundidades, los maltusianos y los neomaltusianos plantean que la especie humana ha generado un problema de superpoblación en el planeta y la capacidad de producción de alimentos para esa población es mucho más lenta que su propio crecimiento, por lo que, de no controlar las poblaciones humanas, llegaríamos al colapso.
Malthus, que vivió en el siglo XVIII, anticipaba un final precipitado, ya que demostraba que los recursos alimenticios del ser humano crecían en base a una progresión aritmética, mientras que la población mundial crecía en base a una progresión geométrica.
Creo que los neomaltusianos no utilizan ya estos datos, evidentemente falsos, pero sí mantienen la recomendación “científica” principal: hay que reducir drásticamente la población humana para que el planeta pueda sobrevivir.
Que yo sepa, ni los maltusianos entonces, ni los neomaltusianos ahora, han recurrido nunca a suicidios rituales masivos para participar con su ejemplo en la reducción de la población humana y entiendo que no se incluyen a sí mismos en esa necesaria reducción de individuos.
En mi opinión, tanto la teoría del enfriamiento global de los 70 como la actual del calentamiento global son teorías neomaltusianas. La mejor prueba de ello es el uso de expresiones como «el ser humano es una plaga para el planeta», «nos estamos cargando el planeta» y otras de ese cariz.
Pero sostener esa opinión no me convierte en un “negacionista”. Yo no niego que el clima sea cambiante; no niego que la actividad humana pueda tener una influencia en esos cambios; no niego que la quema de combustibles fósiles tenga efecto en el aumento del porcentaje de dióxido de carbono y otros gases en capas bajas de la atmósfera. Yo no niego ninguna de esas cosas. Pero reivindico mi derecho a poder haciéndolo si encontrara argumentos para ello.
Lo que si niego es el derecho de gente que no sabe de qué esta hablando, a señalarme, a perseguirme, a tratar de aislarme, a insultarme por atreverme a discrepar de los dogmas “clima-climáticos”.
A todo esto del calentamiento global antropogénico, del cambio climático, lo llamo irónicamente “lo del Clima Climático” y utilizo en las redes sociales la etiqueta #ClimaClimático cuando comento algo sobre el tema.
Y lo voy a seguir haciendo, porque, aunque los fanáticos de verdad me insulten, aunque consiguieran que me tuviera que terminar retractando de mis afirmaciones, aunque me obligaran a hacer pública confesión de que estoy equivocado, lo del Clima Climático es mi Eppur si muove. Y me da igual si Galileo llego a pronunciar alguna vez esa frase o no. Porque eso tampoco tiene nada que ver con la ciencia.