La primera vez que estuve en Nueva York fue en 1986, que ya ha llovido desde entonces. Sé que eso de “la primera vez” suena a que he estado muchas veces, cuando en realidad, solo he volado a la capital de Occidente, del mundo civilizado, cinco veces: esa del incipiente otoño del 86, la vuelta a los EEUU en los primeros días del 87, desde Los Ángeles para volar desde allí de vuelta a España a finales de la primavera del 87, unos meses antes de nacer mi único hijo y hace unos días.
Mi primer viaje a Nueva York fue, además, mi primer viaje en avión. Ahora sufrimos la humillación de los estúpidos controles antiterroristas, que te hacen sentir como un delincuente que va a entrar o salir de prisión cada vez que entras o sales de un aeropuerto. En mi visita de hace trece años me llevaron al cuartelillo de inmigración a verificar mis documentos. tuvo su gracia, porque yo me había pasado las casi dos últimas horas de nuestro vuelo -desde que nos pasaron el ridículo cuestionario que todavía pasaban entonces- explicando a mi mujer y a mis cuñados que eso podría ocurrir, que yo trataría de ayudarles si los llevaban, que no pasaría nada y que seguro que habría algún agente que hablaría o entendería el español. Fueron ellos quienes tuvieron que esperarme a mi.
En este viaje también me toco pasar un control adicional aquí, en Barajas, que, aunque pensé que tenía que ver con las drogas, era -según me confirmo el pobre chico que me lo tuvo que pasar- para localizar explosivos. Me llamó la atención, porque no me veo formando parte de un grupo terrorista y estoy seguro de que no encajo de ningún modo en el perfil. Me dijeron que era un control aleatorio y supongo que sería cierto. Cada vez tengo más claro que esos estúpidos controles están diseñados para generar en los ciudadanos una sensación de control que en ningún caso es real. No me imagino a un terrorista tratando de embarcar en un avión con un cinturón de explosivos.
En los 80 tenía una visa indefinida que me permitía entrar y salir de los EEUU cuando quisiera y que había gestionado la empresa que nos había llevado allí. Aún conservo el pasaporte verde en el que está estampada.
Como todas las ciudades importantes, Nueva York es una en la que siempre vas a encontrar algo nuevo. Eso es algo que ocurre incluso en la que resides si decides ponerte a buscar rincones desconocidos. En Nueva York hay más, claro, porque es más grande.
Viajábamos con unos amigos que lo hacían por primera vez, así que cogimos las excursiones programadas que ofrecía la agencia con la que habíamos contratado el viaje y completamos el rosario de visitas tópicas durante el tiempo que esas excursiones nos dejaron libre.
Como de alguna forma he adelantado, descubrí rincones desconocidos para mi de la ciudad de los rascacielos.
Mi mujer nos llevó a conocer un parque urbano construido sobre las desmanteladas vías de un antiguo tren elevado: el High Line park.
Desde allí, visitamos una playita urbana en el rio Hudson con vistas al vecino estado de Nueva Jersey.
Ese mismo día, continuamos nuestro paseo hasta el barrio de Chelsea, que nuestra amiga quería visitar por una serie de televisión, y, de camino, nos encontramos con una plaza, cercana a un campus de la Universidad de Nueva York, en la que pudimos imbuirnos del ambiente universitario tras las clases y la legalización de la marihuana, ocurrida en el estado de Nueva York en 2021 y, por tanto, otra de las novedades; esta desagradable: Nueva York no olía antes a marihuana.
Pero más allá del desagradable y, para mi innecesario, olor a marihuana que impregnaba toda la plaza, el momento de esa música callejera que no parece un modo de vida, sino grupos de amigos o compañeros de la facultad divirtiéndose con guitarras, bajos, precisiones y algún amplificador, resulto agradable; supongo que más que nada por lo inesperado.
Otra experiencia nueva fue visitar la comisaría de policía de la cinematográfica estación Central, donde, además, charlamos un rato con algunos policías americanos como los de las películas. Uno de ellos era de ascendencia dominicana, así que mi amigo pudo intercambiar impresiones profesionales en español con él.
También tuve una experiencia nueva la visita al memorial de las Torres Gemelas. Cuando conocí la ciudad en los 80 las torres estaban en pie, como en Friends, y en nuestra visita del 11 no estaba aún construido. Un sitio impresionante en el que se respira orgullo y rabia.
Pero, sin duda, el gran descubrimiento de esta visita a la gran manzana ha sido Bryant park, que rodea y cubre las espaldas de la famosísima y visitadísima biblioteca pública de la ciudad.
Bryant Park, como High Line Park y otros muchos espacios de la ciudad estas gestionados y mantenidos por entidades más o menos privadas, lo que aquí serían fundaciones o algo parecido, que supongo reciben dinero público, pero, sobre todo, donaciones de particulares. A mi no me parece un sistema ni bueno ni malo, pero funciona. En Bryant park hay veladores y sillas que puedes usar para sentarte y charlar, jugar al ajedrez o a algún juego de mesa, son las terrazas de los quioscos de comida y bebidas que hay en el parque, puedes usarlas para consumir lo que hayas comprado en las tiendas, restaurantes de comida rápida o supermercados que rodean la plaza y hay por todas partes,…
La restauración en Nueva York es más cara que aquí y muchos españoles no terminan de entender el funcionamiento y la función de las propinas, pero la ciudad ofrece muchas alternativas a los restaurantes tradicionales y no solo lo que peyorativamente solemos llamar “comida basura”, porque, en absoluto, toda lo es.
¿Y sabéis qué es lo mejor de mi descubrimiento de Bryant Park? Que cuando me he puesto a escribir sobre él me he dado cuenta de que ya había estado allí, solo que fue en invierno y tenía una pista de hielo para patinar.
Así que si pasáis por Nueva York en cualquier época del año, no olvidéis pasaros por Bryant park. No tiene pérdida: entre la 40 y la 42, detrás de la Biblioteca.

Cómo llegar:
Localización
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Algunas fotos:
Álbum
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