Iconos de algunas de las RRSS que utilizamos actualmente

A mi no me ha interesado nunca el mundo de los big data. Ni siquiera me interesaba antes de que existiera el concepto.


La popularidad, o “el impacto de tus publicaciones”, que es como creo que habría que decir ahora en el ámbito de las redes sociales, y que se mide el unidades como like y shared, para mí, tiene que ser natural y no se consigue de forma es forzada.

En su ámbito de popularidad, uno lo es o no lo es. Popular digo. Y eso siempre ha sido así. No se puede forzar, no se puede provocar.


El Lute fue un delincuente muy popular en mi infancia, pero, además de que no creo que él mismo buscara serlo, aquella era una popularidad artificial, generada por los medios de comunicación del momento, que podrían haber hecho, con las mismas herramientas, absolutamente irrelevante a aquel pobre diablo.


Esto de “mejorar tu impacto en redes”, “ganar likes”, conseguir que “más usuarios compartan tus publicaciones” se había inventado ya, había existido siempre.


Las primeras tribus paleolíticas eran ya redes sociales. Aquella gente que decidió juntarse en clanes para cazar, defenderse mejor o dormir más calentitos, se comunicaban, tenían ya likes a sus hazañas, a sus hechos y seguro que a sus comentarios, que serían shared por sus followers en las tertulias alrededor del fuego.


Así que no penséis que las redes sociales las inventaron esos chicos tan listos del MIT que se han hecho millonarios vendiendo nuestros datos de contacto a las empresas, sino que siempre han existido.


Tu red social es tu universo de contactos, la gente con la que te relacionas en cada ámbito concreto. Los compañeros de trabajo con los que tienes trato, constituyen tu red social en el trabajo. El resto, puede estar interesado en lo que haces – en tanto en cuanto pueda afectarles a ellos – o no estarlo en absoluto. Es decir: no formarían parte de tu red social. Por mucho que tú te empeñes en conseguir cambiar ese hecho.


Como comprenderéis, si es algo que viene existiendo desde la prehistoria, nosotros, los boomers, también teníamos nuestras redes sociales. Y mientras fuimos niños, la más importante de todas era la escuela. Especialmente, tu clase. A los de las otras clases los veías en el recreo, y, si interaccionabas con ellos – cosa que no siempre era estrictamente necesaria -, pasaban también a formar parte de tu red social.


Pero tu clase lo era de forma indiscutible. Y ahí tenías tus likes y tus unlikes, tus “me encanta” y tus “no lo soporto”. Y había gente que compartía tus ocurrencias, tus chascarrillos, tus salidas a la pizarra o tus azañas con tal o cual profesor y gente que las detestaba.


Si los que las detestaban eran lo suficientemente fuertes como para atacarte y tú estabas demasiado solo a aislado para defenderte de sus ataques, te hacían bullying, aunque, obviamente, aquello no se llamaba entonces así, y, si algún profesor se enteraba de que un grupito se estaba portando mal con alguien, la tenia clara. Me refiero al grupito, claro.


Yo no sé si era popular, pero sí era conocido. Y no recuerdo haber tenido demasiados problemas al relacionarme con mis compañeros en la escuela.


El único problema del que tengo memoria lo tuve con un niño rubio, cuyo nombre no consigo recordar, y que era el hijo de un capitán de la Guardia Civil que había venido al cuartel. Los niños del cuartel aparecían por nuestra escuela de repente, no recuerdo en que año, pero supongo que era en quinto. Cuando yo era niños, el cuartel de la Guardia Civil era una comandancia de frontera y tenía escuela, así que los niños del cuartel se incorporaban a la del pueblo más tarde.


Yo tenia un anillo de esos de sello que me había regalado mi tío Ignacio y que estuve llevándome unas días al colegio después de que me lo regalara.


Supongo que entre aquel niño y yo debió generarse algún tipo de rivalidad. Digo supongo, porque no recuerdo nada de él, más allá de este episodio que os cuento. Ya os digo, ni siquiera he conseguido recordar su nombre por más que me he esforzado.

Uno de esos días en los que llevé aquel anillo a la escuela, vinieron a decirme que a aquel niño rubio le gustaba una novia que yo tenía ya entonces, que le habían dicho que era mi novia y que él había dicho que me la iba a quitar. Mis amigos, a los que tampoco debía gustar mucho aquel niño rubio que había venido del cuartel a quitarme la novia, estuvieron azuzándome contra él casi todo el recreo, hasta que consiguieron que fuera a buscarlo. El hijo rubio de aquel capitán estaba debajo de uno de los arboles del patio hablando con mi novia y sus amigas. Me acerqué a él, discutimos, se burló de mi, me empujó y yo, al ver que aquellas niñas empezaban a cuchichear y a reírse, le di un puñetazo en la cara con la mano derecha, que es en la que llevaba puesto el aparatoso anillo.


Le hice una herida en la cara con mi anillo – que no volví nunca a ponerme, ni siquiera sé qué fue de él- a aquel niño y me gané una buena. En la escuela y después en casa.


Supongo que hoy muchos de los niños que compartíamos aquella mañana el recreo de aquella escuela, habrían compartido el video del estúpido puñetazo, que se habría hecho viral en las redes sociales, y miles de personas que no nos conocerían de nada a ninguno de los protagonistas de la efímera pelea habrían dado sus likes, habrían compartido, habrían aplaudido y habrían criticado la escena, poniéndose de un lado o de otro.


Seguro que el vídeo, de haber “conseguido” hacerse viral, sería utilizado también por unos y otros, sacado de su contexto, para lanzar cualquier campaña, pero difundir cualquier bulo.


También es posible que muchas de esas redes sociales hubieran censurado el vídeo por tener contenido violento, haber ocurrido en una escuela, porque aparecen en él menores o por cualquier otra cosa. Y eso incluye que el vídeo haya sido denunciado por alguna organización no gubernamental de las que ahora abundan. De tener mucha repercusión, el vídeo podría hasta haber abierto un debate sobre la violencia en las escuelas en el Parlamento.


Todavía hoy, aunque han pasado más de cincuenta años de aquel puñetazo y ni siquiera recuerdo el nombre de aquel niño, me arrepiento de haberlo hecho.


No he vuelto a golpear a nadie en mi vida – más allá de alguna patada jugando al futbol o algún empujón a alguien que estuviera molestándome- y ese fue el único problema que tuve con aquel niño. De hecho, podría decir que casi nos hicimos amigos después de aquello. Desde luego, empezamos a respetarnos el uno al otro y así continuó siendo hasta que se fue del pueblo con su familia, cuando cerraron la comandancia y a su padre lo destinaron a otro sitio.


Hoy, el video de aquel puñetazo circularía periódicamente por eso que sus creadores han conseguido que llamemos “redes sociales” y, desde luego, me perseguiría si yo alcanzara alguna relevancia en la sociedad por cualquier motivo; porque quienes me odiaran, esos a los que ahora llaman haters, se encargarían de mantenerlo activo para tratar de hacer daño con él a mi reputación.


Esas grandes empresas a las que llamamos “redes sociales” no son las redes sociales de nadie, solo son redes absolutamente asociales que, en realidad, han sido diseñadas para otra cosa y en las que tú, por mucho que hayas llegado a pensar que eres el centro, no eres más que un pobre imbécil al que van a a conseguir vender hoy cualquier chorrada de AliExpress o un viaje a la Riviera Maya.